Un humanismo diferente
Con apenas 27 años, pues, el joven letrado se encuentra en una posición excepcional para influir en los sucesos de su tiempo. Marroquín viajará en esos años a Burgos, Toledo, Madrid y Aranjuez, acompañando a Loaísa y a Zumárraga en sus visitas al Emperador, e incluso estará presente en las capitulaciones o negociaciones que dos famosos conquistadores, Hernán Cortés y Pedro de Alvarado, mantienen en esas fechas con Carlos V. Todo parece indicar que el futuro del joven tendrá por escenario los vericuetos de la Corte. Pero sus valores y su vocación van por otro rumbo. Marroquín, como Zumárraga y otros muchos humanistas de su tiempo, pertenece a un movimiento renovador que se fragua en las universidades españolas, donde ha surgido una idea extraña, un pensamiento insólito para su tiempo, que consiste en cuestionar el derecho de los conquistadores a hacer la guerra a los indios, así como el de someter o esclavizar a los pueblos conquistados. Todos los hombres, afirman los seguidores de esta corriente, son iguales ante Dios y ante la ley, y ninguna sociedad puede llamarse justa si no se basa en el libre ejercicio de la voluntad humana. Los humanistas de Salamanca, Valladolid y Alcalá de Henares le han creado al Emperador un problema de conciencia. La injusticia prevalece en las Indias, aseguran. Y exigen para los naturales libertad, igualdad y fraternidad, siglos antes de que lo hagan los revolucionarios franceses. Pero a diferencia del humanismo europeo, que se desarrolla en forma de reflexiones abstractas, el humanismo español deberá ser llevado a la práctica en un terreno plagado de espinas y sangre, el Nuevo Mundo, y en un hombre humillado y ofendido, el indio americano. El fín último de estos humanistas y teólogos es llevar a este hombre concreto la fe cristiana, la ley, la justicia y lo que entonces se conocía en España por “derecho de gentes”, un principio jurídico heredado del Derecho Romano, por el que se reconocía a todos los hombres iguales prerrogativas y atributos. Estas ideas, adquiridas durante su etapa universitaria, marcarán la vida y la obra de Francisco Marroquín. Todo movimiento intelectual, sin embargo, suele marchar por delante de la historia, y del choque entre el uno y la otra suelen surgir conflictos que, a su vez, engendran realidades no siempre acordes al ideal con que fueron concebidas. El drama que muy pronto vivirá este joven será el de llevar a la práctica unas ideas humanistas y humanitarias en un mundo donde los hechos chocan con el derecho, la libertad con la esclavitud, la igualdad con la injusticia y la fraternidad con los rechazos.
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